TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (98). COLONIALISMO, NEOCOLONIALISMO Y ALGUNAS CONSECUENCIAS PARA EL CONTINENTE

TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (98). COLONIALISMO, NEOCOLONIALISMO Y ALGUNAS CONSECUENCIAS PARA EL CONTINENTE

Oscar Martín, sj

La semana pasada señala que el Sexto Informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) reconoce por primera vez que la especial vulnerabilidad de los países pobres al cambio climático tiene relación con el colonialismo. Por ello sugería que, por la supervivencia del planeta y la nuestra propia, es importante que no perdamos de vista su versión actual: el neocolonialismo.

Sabemos que por colonialismo históricamente se entiende el control directo y total que las metrópolis europeas ejercieron sobre sus colonias. Y que esto se logró básicamente por medio de la fuerza militar, la conquista, la guerra y con el establecimiento de colonos proveniente de los países conquistadores en las tierras dominadas.  Y de ahí se dio, entre otras cosas, la explotación de los territorios y sus habitantes, la extracción de gran parte de su riqueza y su derivación a las metrópolis.

El neocolonialismo actual podría decirse que es el control indirecto que algunas potencias occidentales realizan sobre los países en desarrollo. Su modo de hacerlo es a través de complejas estrategias económicas, políticas y culturales, en donde la expansión del sistema económico neocapitalista traspasa por completo las fronteras, invade los territorios nacionales, pero sin necesidad de conquistarlos con ejércitos u ocuparlos físicamente. Sólo con el poder del dinero.

Sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX (la conferencia de Bretton Woods en 1944 en Estados Unidos fue clave), el capitalismo creó un nuevo orden mundial a través de diversas instituciones, como el FMI, Banco Mundial, el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), etc y de diversos mecanismos de control para mantener el sometimiento y la dependencia económica de los países del Sur.

Algunos de estos mecanismos fueron la división internacional del trabajo que permitió cierto desarrollo industrial de algunos países y lo limitó o impidió en otros; el establecimiento de condiciones de crecimiento inducido según el interés de las potencias; los ajustes estructurales impuestos a ciertos países… De todos, el mecanismo neocolonial más conocido, más perverso y diabólico es el de la deuda externa, conscientemente pensada y provocada por los países hegemónicos para mantener el dominio y la explotación de los recursos de la mayoría de los países del Sur.

La deuda externa ha sumido en el empobrecimiento y en el retraso endémico no a zonas o países, sino a continentes enteros. El pago de la deuda externa ha implicado el traslado de cientos de miles de millones de dolares de los países empobrecidos a las potencias neocoloniales del Norte.

Dentro de este modelo económico neocolonial de expolio, las grandes corporaciones transnacionales se han convertido en su buque insignia. A través de ellas el poder absoluto del capital financiero campea a sus anchas. Son estas multinacionales las que se han consolidado y han ampliado su domino sobre gran parte de los recursos naturales y de la vida del planeta hasta el punto convertir en vasallos o descartables, no solo a millones de personas y pueblos enteros, sino también a los mismos Estados que han ido entregándoles su soberanía por medio de gobernantes corruptos y serviles a sus intereses.

El Papa Francisco, cuando se dirigió a las organizaciones sociales en su viaje a Bolivia, hablaba de un hilo invisible que une cada una de las muchas exclusiones que viven los pobres; y señalaba como todas esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global, que no es otro que al que nos referimos.

Y preguntaba a los presentes: “¿Reconocemos que ese sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o en la destrucción de la naturaleza?”. E invitaba a poder decir sin miedo: “Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos”. No lo aguanta la Casa común y, más que nadie, no lo aguanta nuestros hermanos de los pueblos originarios al borde de su práctica extinción.