
01 Feb TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (85). D. MEADOWS, LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO Y LA COMPASIÓN
Oscar Martín, sj
Este año celebramos el 50 aniversario de Los límites del crecimiento, un famoso informe sobre la sostenibilidad del planeta pedido por el Club de Roma a un grupo de científicos del Instituto tecnológico de Massachuetts (MIT) en 1972. La responsable del equipo de trabajo fue la biofísica Donella Meadows. Su repercusión fue inmensa. Por varios meses sus resultados llenaron las primeras páginas de los principales diarios del mundo. El estudio buscaba entender los grandes retos que tenemos como humanidad, al menos con un siglo de perspectiva.
El punto del que arranca el trabajo de investigación es una cuestión, tan sencilla como crucial. En relación al sistema económico mundial, se pregunta cómo es posible pensar en un modelo económico, social y moral basada en el crecimiento ilimitado en un planeta donde los recursos son limitados, finitos.
Una de las principales conclusiones fue justamente que, si se mantenían las tendencias de aquel momento de crecimiento de la población mundial, de la industrialización, de la contaminación, de producción de alimentos y de agotamiento de recursos, los límites al crecimiento del planeta se alcanzarían antes de cien años. Cabe señalar que ni las principales instituciones responsables de esa realidad a nivel mundial, ni los países más directamente involucrados en el agotamiento de los recursos hicieron ningún caso de los resultados y de las predicciones del informe.
Posteriormente, en su libro Los límites del crecimiento 30 años después, Meadows, entre otros temas, habla de la huella ecológica, es decir, de la superficie de terreno necesaria para sostener el nivel de vida actual. Para la astrofísica del MIT, el crecimiento demográfico y económico comportaba un aumento de la huella ecológica humana extremadamente grave. Volvía a señalar la urgencia de modificar esta tendencia de crecimiento a través de normas de estabilidad ecológica y económica para tener un futuro más esperanzador; sugería que el equilibrio a nivel global debería rediseñarse para que las necesidades básicas materiales de cada habitante de la Tierra pudieran ser satisfechas para que cada persona tuviera iguales oportunidades de realizar su potencial humano individual.
La alternativa que sugería Meadows apuntaba a un cambio profundo en el pensamiento económico. Nos trasladaba del concepto de crecimiento lineal e indefinido al de desarrollo; y para ello introducía la mediación de la ética.
Es decir, para Donella Meadows, las virtudes morales han de constituir el núcleo de la nueva cultura, que no se agota en el crecimiento cuantitativo o la expansión constante movida por la eficiencia, la maximización de las ganancias o el despilfarro, sino que apunta a alcanzar otros valores humanos, otros fines, como que todas las personas tengamos los bienes básicos suficientes y la seguridad para vivir dignamente. Pero reconoce que, para avanzar hacia esta meta, el hombre ha de moverse en un contexto de verdad.
Asumir la verdad en esta temática es reconocer que no todo crecimiento es bueno de por sí, por el mero hecho de serlo; significa también que los avances humanos no han de medirse en perspectiva cuantitativa sino cualitativa.
Para Meadows es importante que, más allá de su actividad productiva, la persona recupere un sentido para su existencia. Y, además de la verdad, nos urge a algo tan simple como fundamental: vivir el amor. Y afirma con toda claridad que el amor siempre ha sido un concepto practico, además de moral. Y que, dada la gravedad de la situación actual, no solo es práctico sino también urgente.
Ha llegado el momento, afirma, “de aceptar la sorprendente idea de que, para ser racional, para asegurar nuestra propia conservación y la de la naturaleza y las generaciones futuras, lo que se requiere en realidad es simplemente que seamos buenos. (…) No hay nada más difícil que poner en práctica la bondad en el marco de una cultura cuyas reglas, metas y flujos de información están enfocados hacia el individualismo, la competitividad y el cinismo. Pero se puede hacer. (…) El mundo puede pasar incólume por la aventura de convertirse en sostenible solo si la gente mira hacia sí misma y hacia los demás con compasión. La compasión está en el interior de todos nosotros, a la espera de que la usemos. Es el recurso más grande de todos y es un recurso inagotable”