TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (130). CUANDO LA ANTROPOLOGÍA SE VOLVIÓ VOCACIÓN, COMPASIÓN Y COMPROMISO

TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (130). CUANDO LA ANTROPOLOGÍA SE VOLVIÓ VOCACIÓN, COMPASIÓN Y COMPROMISO

Por Oscar Martín, sj

Conocí a la profesora Marilín por poco tiempo. No sé de su historia familiar, de su niñez o adolescencia. Tampoco dónde hizo sus estudios superiores, ni cuándo comenzó a enseñar Antropología en la Universidad Católica. No la conocí en su rol de editora de la revista Estudios Antropológicos de la misma universidad o en otras actividades académicas que ha llevado adelante como investigadora.

Mi primer encuentro con ella fue cuando, durante el gobierno del presidente Lugo, se desempeñaba como Directora de Educación Indígena en el MEC. Como director general de Fe y Alegría, fui invitado a un encuentro que ella organizaba sobre este tema. Eso sí, en cómo se desarrolló el encuentro ya pude darme cuenta de que era todo carácter.

El trato cercano con Marilín comenzó hace unos tres años, cuando el arzobispo de Asunción, monseñor Adalberto Martínez, creó la Pastoral Indígena Arquidiocesana (PIA), nombró como coordinadora a la H. Fidelina Ortega y como asesores a Marilín y a mí. Desde entonces compartimos reuniones más o menos periódicas, presenciales o virtuales y manteníamos un contacto frecuente a través de nuestro grupo de WhatsApp.

En estos espacios fue donde comencé a descubrir realmente la persona de Marilín en toda su envergadura. Me di cuenta de su profundo amor y respeto por los indígenas, de la profundidad de su conocimiento de la dolorosa realidad que viven en Paraguay. Sabía en detalle de cada uno de los pueblos y sus lenguas, de los territorios que históricamente habían sido suyos. Conocía con datos de sus desplazamientos forzosos y de cómo sus derechos ancestrales habían sido ninguneados por estrategias fraudulentas y trampas legales impulsadas por grandes intereses económicos, empresas, grupos narco que han hecho que nuestros hermanos sean sistemáticamente expulsados y condenados a vivir en las veredas de nuestras ciudades del interior del país y de Asunción.

Marilín conocía los conflictos de antaño y los del presente, tanto los que afectan a grades comunidades como los que golpean a pequeños núcleos familiares. Sabía los nombres de muchos caciques porque había estado en sus comunidades, había caminado sus tierras y había escuchado con respeto sus historias.

También sabía de sus dramas más personales. Hace apenas unas semanas escribió un artículo en UH donde denunciaba la situación de niñas indígenas violadas e ignoradas por la justicia. Se preocupaba por cuestiones tan distintas y urgentes como la falta de agua potable en comunidades del Chaco, la necesidad de medicamentos para Mailen una niñita ava guaraní, o la angustia de María, una joven en situación de parto en el hospital indígena, totalmente desabastecido.

Y es que uno de los rasgos más notorios de Marilín fue su capacidad para reconocer, singularizar a la persona y perseverar en buscar solución a su necesidad. Un ejemplo más de estos ocurrió el pasado 28 de febrero. Le escribe un WhatsApp Marta, una joven indígena maskói: “Buenas tardes mi querida amiga, qué tal. Soy Marta, de Alto Paraguay. Una consulta y es urgente también para mí: ¿ qué posibilidad hay en tu trabajo si me consigues una notebook para donarme? El 4 ya empiezan las clases y son virtuales. Estuve mirando los precios, pero son muy caros para mí. Y hay dos chicos más también, ellos son mis compañeros.” Ese mismo día, a las 17:43, Marilín escribió al grupo de PIA: “¿Qué posibilidad hay de ayudar a estos tres estudiantes de Alto Paraguay?” Y a las 17:49, ya había respuesta: “Conversamos con la profe Marilín. Estamos viendo cómo conseguir las notebooks o tablets para los tres estudiantes.”

Ese era su modo, también tan de Jesús. Me atrevo a decir que hasta ahora no he conocido a una mujer que viera más a Dios en los rostros indígenas que Marilín. Decía san Ignacio a los jesuitas: “Hazte amigo de los pobres, porque ellos serán tus abogados ante Jesús, el amigo de los pobres”. Marilín lo vivió con sencillez haciendo, si cabe, mucho más relevante su profesionalidad como antropóloga. Y lo hizo de forma hondamente coherente, con sabiduría, con una dulzura y una firmeza a la vez, que la hacía única. Por eso es muy fácil imaginarse, junto con San Pedro, a un montón de niños, niñas, adolescentes y adultos indígenas felices, recibiéndola en las puertas del Cielo. Es que, aunque rubia y de ojos claros, llega una de ellos.

Foto: Última Hora.