TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (103). LOS BAÑADOS Y LAS CONTRADICCIONES DEL “DESARROLLO”

TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (103). LOS BAÑADOS Y LAS CONTRADICCIONES DEL “DESARROLLO”

Oscar Martín, sj
Compartía la semana pasada el significado profético de la eucaristía del Cardenal en el Bañado Tacumbú de Asunción. También la enorme significatividad de la mirada de los recicladores, uno de los grupos humanos que mejor avizoran y testimonian la inconsistencia y caducidad del modelo de sociedad que se nos ha impuesto, que produce descartables.

A estos lugares según los países se les da diferentes nombres. En Argentina se llama villas, en Brasil, favelas, en Chile, poblaciones, y en Paraguay los conocemos como bañados. Pero se trata de una misma realidad: lugares donde la marginación y la exclusión de miles de personas se da de una manera particularmente hiriente.

Las causas también tienen su semejanza. En el caso de los bañados, los primeros en invadir las riberas del río fueron habitantes del mismo Asunción. Lo hicieron empujados por los crecientes impuestos a sus hogares y los cada vez más altos costos de la luz, el agua, la recolección de basura, etc.

El fracaso de la reforma agraria en los años 70 también trajo a Asunción grandes grupos de campesinos sin tierra que se fueron instalando cada vez más cerca del cauce normal del río Paraguay.

La tercera gran oleada está formada por campesinos arrojados de sus tierras por la invasión masiva de los sojeros. Los grandes dueños de la agroindustria, de la mecanizada como tristemente se les conoce, se han ido apoderando de la casi totalidad de las tierras fértiles del país; han ido ejerciendo una violencia implacable: económica, psicológica, jurídica, física… para que los campesinos abandonen sus lugares de origen. Contaminación de cauces hídricos, envenenamiento de animales domésticos y de personas por los agrotóxicos, desalojos, persecución, cárcel y muerte de líderes han sido algunas de las estrategias más comunes.

El resultado es que miles de familias se han ido instalando en zonas altamente inundables. También en otras áreas periféricas. La desesperación les obliga a meterse en lugares altamente insanos que, con muchos años de esfuerzo, han tratado de mejorar.

Este modo de vida de ‘sobrantes’, como dolientemente nos dice el Papa Francisco, conlleva cierto tipos de trabajo, para muchos, de mera sobrevivencia. En ellos, en los pobres y en algunas de las actividades que realizan, es posible reconocer la lógica de poder que estructura el sistema global en su conjunto; también se ponen de manifiesto las causas profundas de este hiriente desequilibrio, que algunos se atreven a llamar progreso. En realidad se trata de un progreso marcado por la concesión de impresionantes cuotas de poder y dominio a quienes monopolizan y disfrutan de una determinada posición social, del conocimiento y del avance técnico.

El Papa habla de este poder ilimitado que hace que unos pocos sitúen a sus semejantes, a millones de seres humanos, como simples objetos, y que se les trate como tal; y a quienes lo ejercen, como propietarios, como quienes son dueños de una cosa para su manipulación. Este tratamiento lo padecen personas humanas y también la naturaleza.
Las personas con ese tipo de poder, ajenas a los seres humanos que les rodean, se convierten en totalidad cerrada sobre sí misma. Con el objetivo de fondo del dominio absoluto, lo que les constituye es la ambición sin límite.

La ley de Fidel Zavala, del Partido Patria Querida y de Enrique Riera, del Partido Colorado -que da vía libre al despojo de tierras, que eleva la pena de cárcel entre 6 y 10 años de prisión para personas que quieren recuperar sus territorios o proteger los lugares donde viven y que criminaliza la lucha de los pobres por la tierra- ejemplifica a lo que me refiero.

Tanto los indígenas como los campesinos de nuestro país, expulsados y excluidos de casi todo, tienen mucho que decir de sobre este modelo social y de desarrollo. Son ellos los que siguen yendo a parar en los cada vez más inmensos cinturones de pobreza extrema de nuestras ciudades y pueblos.

El punto no está en promover un discurso antidesarrollista o maniqueo. Sí ayudar a ser conscientes de un modelo social que promueve un hombre autorreferencial y ególatra, que clama para sí y los suyos un modo de vida donde no entran sus semejantes y que hace gala de un poder de dominio insaciable. Un ser ignorante de su vínculo con los demás y con la naturaleza.

Vivimos un supuesto y más que dudoso tipo de desarrollo. Un progreso que beneficia apenas a unos pocos que han puesto su pie encima de los pobres y los aplastan, en vez de echarles una mano solidaria como corresponde entre seres humanos.

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